
En los días previos a su deceso, Ricardo padecía dolores tan fuertes que declaró: “Así no puedo vivir, pensé en suicidarme.» El 25 de noviembre de 2013 falleció con apenas 45 años.

Hace una década fallecía Ricardo Fort, el mediático que hizo de su vida y su muerte un reality | Rosario3

Por Redacción Pronto
La línea del monitor se mostró plana, inalterable. Uno de los médicos volvió a tomarle el brazo, pero no había pulso. El equipo de profesionales estuvo casi una hora trabajando sin cesar. Durante ese tiempo se rotaron constantemente para hacerle masaje cardíaco, intentando infructuosamente que el corazón volviera a latir. El paciente estaba intubado, se le pasó oxígeno, le inyectaron adrenalina y suero a través de un catéter. El médico a cargo le pidió a su colega que se detuviera; que ya no tenía sentido; que no había manera de que el corazón de ese hombre, todavía joven y que yacía sobre la camilla, reaccionara. Todos en el cuarto se quedaron en silencio, estaban acostumbrados a situaciones difíciles, pero la certeza de la muerte los seguía conmoviendo. Se fijó la hora de defunción a las 4:40 de la madrugada del lunes 25 de noviembre. Se anotó en la Historia Clínica primero y en el Libro de Enfermería después. Después llegó la parte más difícil para un profesional de Terapia Intensiva: anunciarle a la familia y los íntimos la peor de las noticias. Ricardo Fort había fallecido.

Hpy se cumplen 10 años de ese doloroso hecho. El desenlace había comenzó el 21 de noviembre de 2013. Esa mañana, el artista había sido internado en el Sanatorio de la Trinidad, en Palermo, a raíz de los fuertes dolores que sufría en la rodilla y la columna. Recién llegado de Miami, apenas podía caminar y se movía en una silla de ruedas eléctrica. Los primeros estudios revelaron que tenía una infección en la rodilla, de la que había sido operado este año, y problemas en la columna vertebral. Pero además se había quebrado el fémur en una caída en Estados Unidos. Ese era sin dudas el origen de los tantos dolores que ya no encontraba forma de sobrellevar y lo tenían muy angustiado.

“Ya no hay medicamento que me calme”, había confesado. Alojado en el sexto piso de la exclusiva clínica, Fort se mostró desde un principio como un paciente difícil. Súper exigente y demandante, las enfermeras evitaban tener que atenderlo -aunque jamás dejaron de hacerlo- y los médicos tenían que luchar para que cumpliera con lo que le pedían. Si bien se estaba tratando con un especialista del dolor, llevaba siempre consigo pastillas, calmantes e incluso morfina, que se administraba según lo que creía conveniente. Su idea no era volver a la Trinidad. Ahí ya lo habían operado de la rodilla y estaba muy disconforme con los resultados. Pero no le fue sencillo conseguir un lugar de prestigio que lo aceptara, ya que su fama de paciente indócil lo precedía y, según trascendió, en más de una institución le negaron la internación. En principio, la idea de los profesionales era realizarle una intervención toilette en la rodilla, para limpiar la infección, y luego operarlo para resolver la fractura del fémur. Una de las opciones que llegaron a barajarse era la de una amputación, idea a la que se negaba de manera tajante.

“De ninguna manera me van a cortar la pierna, es una burrada lo que están diciendo”, salió a decir en una de sus últimas notas telefónicas, cuando ya estaba internado. Para resolver el problema de la infección, los médicos querían comenzar a darle antibióticos de amplio espectro. Pero Ricardo se negaba a hacerlo hasta tanto los resultados de los estudios y cultivos que le estaban haciendo contaran con exactitud qué era lo que tenía. Igual, nada de eso se pudo hacer. Eran las 18:30 del domingo y todo iba a cambiar. Aquella tranquila internación iba a dejar de serlo. Los primeros síntomas fueron reiterados espasmos. Junto a Ricardo se encontraban algunos de sus conocidos. Entre ellos, Rodrigo, su novio. Las quejas hicieron que sus acompañantes llamaran a las enfermeras. Después de un leve chequeo, el médico de guardia de la Trinidad le dijo al mediático que si seguía sintiéndose mal, deberían realizar un análisis. Una hora después, comenzó a sentir un fuerte dolor de estómago. Además, decía sentirse mareado y con un fuerte dolor de cabeza. Ante esto, los médicos decidieron realizar un análisis de sangre. En principio, creían que tenía los síntomas de una apendicitis. Pero el cuadro fue descartado rápidamente. Repentinamente, le subió la temperatura y llegó a los 38 grados y medio de fiebre. Algo no andaba bien. Los controles no habían terminado cuando apareció el primer indicio de que su cuerpo colapsaba. Comenzó a vomitar sangre y enseguida, se desmayó. Lo despertaron. Otra vez las náuseas. De nuevo, un vómito de sangre. Eran cerca de las 22. Por decisión de los médicos, fue trasladado a la unidad de terapia intensiva. Ya lo habían querido llevar antes, pero él se había negado a dejar su cuarto. A esa altura, el equipo médico debía controlar la fiebre, las constantes arcadas, la pérdida de sangre y los mareos que sufría. Ese cuerpo atestado de medicamentos iba a tener que soportar una intervención más. Las suposiciones eran dos: o un virus intrahospitalario había atacado el endeble sistema inmunológico del paciente o bien estaba sufriendo una hemorragia digestiva. En pocos minutos, los doctores iban a comprobar que era víctima de la segunda -tremenda- opción.

Afuera de la sala de terapia, Gustavo Martínez, su incondicional, padrino de sus hijos, esperaba respuestas. Nervioso, caminaba de un lado a otro. No sabía qué le sucedía a su ex pareja. Mientras tanto, los médicos luchaban para saber qué era lo que sufría, que seguía consciente y gritaba de dolor. A las tres de la madrugada reaparecieron los vómitos de sangre. A pesar de que estaba sedado, comenzó a quejarse de nuevo. Los médicos decidieron intubarlo para evitar que la sangre le llegara a los pulmones. Los análisis demostraban que estaba anémico. Además, los glóbulos blancos habían subido a niveles demasiado altos. Cuando decidieron actuar, sufrió un paro cardíaco. Fue el principio del fin.
La noticia de su muerte llegó primero como un tibio rumor, inverosímil por lo fuerte. Hasta que desde su entorno se confirmó que era verdad. A las 11 de la mañana, la encargada de dar el parte de la clínica fue Karina Antoniali, en aquel tiempo esposa de Eduardo, uno de los hermanos de Ricardo, hoy en pareja con Rocío Marengo.

Mientras un desfile de bailarines y conocidos del chocolatero se llevaba a cabo en la puerta de la clínica, Karina encaró a los micrófonos y, conmovida, leyó: “El Sanatorio de la Trinidad de Palermo lamenta informar el fallecimiento de Ricardo Fort, de 45 años de edad. El hecho se produjo esta madrugada a las 5 en la Unidad de Cuidados Intensivos. El paciente tenía antecedentes de múltiples cirugías de columna y rodilla. Estuvo internado en febrero de 2013 por una úlcera duodenal complicada con peritonitis, que se resolvió satisfactoriamente. En el último mes, estando en el extranjero, sufrió una caída que le produjo una fractura en el fémur. Se internó el 21 de noviembre de forma programada para la evaluación y tratamiento de dicha fractura. Durante la internación fue atendido por un equipo multidisciplinario con traumatólogos, clínicos, especialistas en el tratamiento del dolor e infectólogos. Se mantuvo clínicamente estable y súbitamente presentó en el día de la fecha un paro cardíaco, asociado a una hemorragia digestiva masiva que produjo su deceso, pese a las maniobras de reanimación efectuadas”. Al finalizar, Karina contó que su cuñado “tenía muchos dolores últimamente. Y en la madrugada, sufrió una infección generalizada”. Después, aseguró que Marta, la madre de Ricardo, se había enterado de la muerte de su hijo por televisión y completó: “Queríamos que estuviera un médico presente para que la asistiera. Está como una madre puede estar cuando se le va un hijo”. También contó que no habría velatorio, algo que iba contra la voluntad de Ricardo, y que sólo realizarían una despedida “íntima” y una ceremonia religiosa en el cementerio Memorial de Pilar. También dijo que en ese momento, Marta y Felipe, los hijos del mediático, no sabían que su padre había muerto. “Esto lo vamos a tratar con psicólogos para que salgan adelante sin su papá”, confió a la prensa.

Unos minutos más tarde, Karina aseguró que “Ricardo era una persona muy querible. Lo voy a recordar con alegría. Hace 22 años que lo conozco y lo voy a recordar con una linda anécdota: los dos gritando y cantando algo de Valeria Lynch en un auto con las ventanas abiertas por Libertador”. Ella fue el único miembro de la familia que habló en público. Pasado el mediodía, su hermano se hizo cargo de los trámites y el cuerpo fue trasladado a Córdoba Velatorios, en avenida Córdoba al 3300. Allí confirmaron que sólo abrirían las puertas del salón dorado, donde se veló el cuerpo, entre las ocho de la mañana y las 12 del mediodía, sólo para familiares cercanos. Al cierre de esta edición, el plan era trasladar sus restos al cementerio Memorial de Pilar, donde se realizaría una misa en su memoria. Pero el mismo día de su muerte, situaciones grotescas sucedieron en la puerta de la casa velatoria. Primero, una manifestación de su club de fans que, indignadas por no poder despedir a su ídolo, intentaron cortar la avenida Córdoba y más tarde comenzaron a aplaudir vivando el nombre de Ricardo. Pero no se quedaron ahí. Desde su cuenta de Facebook, lanzaron un comunicado contra la familia por no realizar un velatorio abierto al público: “Esta página está en completo desacuerdo con la decisión tomada por la familia de no hacer velatorio. Ricardo era del Pueblo, él quería gente a su alrededor, así como vivió debía morir. El público, sus fans, sus seguidores querían darle la última despedida. Es impiadoso lo que resolvieron, no formaban parte de su vida diaria, ¿por qué ser tan tajantes en la determinación de hacerle una misa y cremarlo? Eso a Ricardo no le hubiese gustado, pero nosotros no somos más que aquellos que lo seguían a diario, los que llorábamos o reíamos con él. Los que lo elegimos… pero no podemos más que acatar lo que ellos determinen. Una real pena”. Ana, la presidenta del fans club aseguró: “Estamos dolidas, tenemos un dolor que no se puede creer. Solamente nosotras, que estamos hace cinco o seis años al lado de Ricardo, lo sabemos. El no quiere estar solo, odiaba estar solo, nos necesita. Ama a sus fans. No se merece esta despedida, peor que un perro, solo. Y no corresponde porque no está solo. El quería otra cosa, como vivió su vida así tendría que ser despedido”. Pero todavía faltaba más: Guido Süller llegó hasta la casa velatoria para despedir a quien fuera su affaire hace 30 años. Por supuesto, no pudo ingresar al salón y cuando salió a la calle, habló con todos los canales de televisión a quienes les aseguró: “Cuando me enteré me puse a llorar… No me imaginaba que iba a pasar esto. Pedí por favor que me dejaran entrar, pero por expreso pedido de la familia no se permitía el acceso. No comprendo esta decisión, de verdad. Me parece que no querían mucho escándalo ni mucho show. Pero tampoco el extremo de que quede solito toda la noche ahí”. Una declaración lindante con el delirio y el exceso, tal como fue la vida de Fort, con toda su ostentación y su pomposidad. En esta ocasión, este show ha llegado al final.

(Nota publicada en la Revista Pronto en noviembre de 2013)