Desde Esquel, Cristina y Adrián graban videos para explicar los conceptos más difíciles de aprender. Se conocieron en Buenos Aires mientras cursaban el profesorado, pero no se animaron a declararse hasta el final de la carrera
Adrián Collazos y Cristina Molloro viven en Esquel, en la provincia de Chubut, ambos son profesores de matemática, padres de dos niños, y llevan 13 años de casados. En 2016 se les ocurrió grabar un video explicando el concepto de división, uno de los temas que más les costaba a sus alumnos, y lo subieron a un canal de YouTube que hoy tiene más de 100.000 suscriptores. A la par de las clases en el aula, se convirtieron en “edutubers”, y a pulmón fueron creciendo en cada uno de los perfiles de sus redes sociales hasta obtener una placa en reconocimiento desde Estados Unidos. Detrás de la dupla docente hay una increíble historia de amor que comenzó en Buenos Aires, se afianzó gracias a una parada de colectivo, donde tuvieron largas charlas, y tuvo un giro inesperado con destino en la Patagonia.
La entrevista con Infobae comienza con un viaje directo al flechazo romántico que sintieron dos años después de conocerse, mientras cursaban el profesorado en la localidad bonaerense de Bernal. “Yo estaba a 2.000 kilómetros de mi casa, me había venido a la casa de mi abuela para estudiar al mismo instituto donde mi mamá estudió, que también es profe de matemática, y como tengo diez hermanos, no quería representar ninguna complicación económica para mis padres; estaba enfocada en recibirme rápido y volver para trabajar y ayudarlos”, explica Cristina sobre el contexto de su vida en ese entonces. Ella creció en Lago Puelo, pero después se mudaron a Esquel, y tenía en claro que quería regresar ni bien cumpliera su meta de tener el título.
“Me sentaba adelante de todo y no veía nada más atrás, para mí el resto no existía porque iba muy concentrada a estudiar, hasta que hubo un cambio de edificio, ya no me quedaba tan cerca y me tenía que tomar un colectivo, y ahí coincidimos en la parada”, rememora. Adrián la vio caminando hacia el mismo lugar donde él esperaba el colectivo 85 y ella el 22. “La saludé, le dije: ‘Hola, ¿cómo andas?, y ella me miró extrañada, no me reconocía; le aclaré: ‘Soy tu compañero, hace un año y medio que estamos en el mismo salón’, y ahí empezamos a hablar todos los días en esa misma parada”, cuenta.
Los dos confiesan que se resistieron a enamorarse, pero el escenario se repetía cada noche a la salida de las clases, con conversaciones que se hacían más y más largas. “Yo venía de terminar una relación con mi novia de ese momento, no quería saber nada de engancharme con nadie, y tenía una situación familiar compleja, con mi padre que tuvo un ACV, quedó en silla de ruedas a sus 40 años, tenía la cabeza en otras cosas, en trabajar mucho y criar a mis hermanos menores”, revela él sobre el contexto de su vida en ese entonces.
La conexión fue más fuerte, y aunque no se animaban a declararse sus sentimientos, de lunes a viernes durante dos años mantuvieron el ritual de esperar el colectivo juntos y charlar de todo. “A mí me pasaban cosas re locas, estaba embobada con él, juro que yo lo veía brillar, y una vez cuando lo vi a entrar por la puerta del salón lo veía venir caminando en cámara lenta, como en las películas; era impresionante, y me quedaron las imágenes grabadas en la retina de lo mucho que me gustaba”, dice Cristina a corazón abierto. En tercer año de la carrera él enfrentó una dolorosa tragedia, cuando su madre se enfermó de cáncer de pulmón, y dejó varias materias para poder estar más en su casa.
“Ahí casi no nos vimos, porque yo me cambié de turno para poder acompañar a mi mamá en el hospital, que lamentablemente falleció, y tiempo después retomé el profesorado. Cada vez que nos veíamos Cristina me decía: ‘No dejes, te vas a poder recibir, no importa si tardás un poco más, pero vos tenés mucho potencial’”, expresa. Con admiración, ella recuerda que Adrián era de los mejores de la clase, y había una materia en particular que todos desaprobaban, pero él la pudo promocionar. “Mucho después supe que él, en el poco tiempo que tenía, leía libros de los conceptos que íbamos a aprender en esa cursada, para ir con una base previa y así entendía mucho mejor los temas; siempre fue muy disciplinado y capaz”, sostiene.
La foto del casamiento: dieron el «sí, quiero» el 8 de enero de 2010
Cuando faltaban solo seis meses para ser profesora de matemática, ella fue quien decidió que le iba a poner fin a la larga etapa de coqueteo y le iba a decir que estaba enamorada: “Conté ‘3,2,1′, lo miré y no le pude decir nada, no me salían las palabras, una vergüenza total”. Y él agrega: “Lo gracioso es que ella pensó que contó para adentro, pero lo dijo en voz alta: ‘3,2,1′, y yo me di cuenta de que me quería decir algo, que tenía que ver con algo romántico, que evidentemente nos pasaba a los dos, y empecé a planificar que la próxima me iba a tomar el colectivo con ella, por más que me dejaba lejísimos a mí, para tener la oportunidad de estar solos, sentados, y hablar”. No tuvo suerte porque el 22 vino lleno, y viajaron parados todo el trayecto, así que no le pareció el ambiente ideal, y al día siguiente los únicos asientos libres eran los de adelante, al lado del chofer, y tampoco pudo poner en palabras lo que tenía en mente.
“Los dos somos muy tímidos, así que estuvimos un montón sin decirnos nada, y cualquier excusa nos servía para postergarlo”, admiten. Finalmente, la espera terminó, y se dijeron lo que tanto esperaban escuchar. Así comenzó su noviazgo, pero había un pequeño gran detalle que él todavía no sabía. “Yo me vuelvo a Esquel a fin de año, quiero vivir allá, y no sé cómo querés seguir vos, pero yo vuelvo para estar cerca de mi familia”, fueron las palabras de Cristina. Estaban en una pizzería, y la encrucijada de cómo sería su futuro con una relación a larga distancia los hizo replantearse todo.
“Trabajé desde muy chiquito, viajaba todos los días a Capital, primero a un Todo por 2 pesos de Constitución donde trabajaba de 9 a 21, todo el día, y después de auxiliar docente, y con mucho esfuerzo me había logrado construir mi casa en Avellanada, estaba a punto de comprar un auto usado, y mi plan era estudiar el profesorado de Física, que también me gustaba”, revela Adrián sobre los proyectos a corto plazo que tenía a sus 29 años. La angustia era tanta frente a la idea de no verla más, que la decisión se volvió más clara y recordó un sueño que tenía desde que era chiquito. “Siempre decía que si estuviese a mi alcance me gustaría vivir en una cabaña en Bariloche, por la nieve, que tenía muchas ganas de estar en un lugar así, y por la belleza del paisaje”, cuenta Adrián.
En familia, junto a sus dos hijos, que llevan los nombres del hermano menor de Adrián: Matías y Ezequiel
Le regaló a su hermano menor la propiedad que había edificado, vendió lo poco que tenía, y siguió los pasos de su futura esposa en un micro que partió rumbo a Esquel. “El colectivo hacía escala en Bariloche durante media hora, así que se podría decir que se me cumplió lo que tanto pedí de chico, porque fue lo primero que vi del Sur, y después ya me fui a vivir con ella, alquilando, apenas con una mesa y unos banquitos de plástico donde empezamos a dar clases particulares”, relata. Pusieron carteles en toda la ciudad con su teléfono para dar apoyo escolar de matemática, y se sorprendieron de la alta demanda: iban 10 chicos por hora todos los días.
Ya desde ese entonces se dieron cuenta de que funcionaban como equipo, tanto en lo profesional como en lo sentimental. “Cuando nos casamos más de uno nos dijo que iba a ser un problema que tuviéramos el mismo trabajo, que iba a generar conflictos en la pareja que enseñemos y encima la misma materia, pero nada más alejado de la realidad, porque en todos estos años siempre pensamos: ‘¡Qué suerte que nos dedicamos a lo mismo!’, porque cuando yo necesito ayuda con un tema, él está para mí, y lo mismo yo para él, nos complementamos mucho”, asegura ella. Se mudaron a la Patagonia en diciembre de 2008, y para marzo de 2009 consiguieron trabajo como docentes de secundaria, los mismos que mantienen hasta la actualidad.
A los dos años fueron padres de Matías, su primogénito, que ahora tiene 12 años, y más adelante llegó Ezequiel, de 9. Justo antes de ser papás por segunda vez aceptaron dos puestos en Gualjaina, una localidad muy pequeña a 90 kilómetros de Esquel, donde él se desenvolvió como bibliotecario de la escuela y ella como secretaria. Les ofrecían una vivienda municipal durante el cumplimiento de sus cargos, y esa experiencia de volver a empezar en otro lugar reforzó aún más su relación. No tenían internet, se calefaccionaban a leña, y cuando miraban el horizonte solo veían campo.
“Del 2012 a 2014 estuvimos ahí, después volvimos a nuestros trabajos anteriores porque el nene más grande ya iba a comenzar el jardín y era hora de retomar la vida en ciudad, pero fue una etapa muy especial para nosotros”, reflexionan. Sienten que “tuvieron mucho a favor” para que su historia fuese posible. Por empezar, el compartir una misma vocación, aunque hayan llegado por caminos distintos. En el caso de Cristina influyó haber tenido una madre docente a quien admiró desde muy chica por su perseverancia y la crianza de la numerosa familia, pero Adrián pasó por varias ideas antes de elegir a qué se iba a dedicar.
“Quería ser futbolista, psicólogo, abogado, fui cambiando un montón de cosas, hasta quise ser actor, pero no me daba porque era muy introvertido, y tuve la suerte de que un día una orientadora vocacional me preguntó en qué materia me iba mejor en la escuela, y le dije que siempre me sacaba 10 en matemática”, dice entre risas. Y agrega: “Mi papá había dicho que uno de sus hijos tenía que estudiar, y como tuve una infancia muy pero muy humilde, era difícil que todos vayamos a estudiar, así que me eligió a mí porque decía que era el más disciplinado y que me iba a ir bien”.
Los dos aman lo que hacen y los potencia aún más hacerlo a la par. Luego de todo el recorrido por su noviazgo, matrimonio y familia, no resulta una sorpresa que la dupla haya ido por más. Así surgió el proyecto de su canal de YouTube, @AprendiendoMatematica, cuando detectaron que muchos de sus alumnos tenían dificultades cuando llegaban a la unidad de división. “Como yo le enseño a chicos de primer año de secundaria, que tienen 13 años, algunos por vergüenza, o por la edad misma, no se animan a preguntar, se quedan con dudas, y pensamos en una forma de ayudarlos con algún audiovisual que pudieran ver todas las veces que quisieran, e incluso tener un medio virtual por donde pudieran volcar sus dudas”, detalla la profesora.
Esa primera filmación amateur fue en el salón donde Cristina da clases, y al ver que tuvo muy buena recepción en los chicos, se convirtió en un nuevo hobby por el que valía la pena esforzarse y dedicar tiempo a crear contenido educativo en su propia casa, cada vez que pudieran. “La edición lleva mucho tiempo, es impresionante lo que aprendimos sobre eso, porque capaz estamos tres días para grabar lo que después se traduce en cinco minutos de video”, cuentan. En los comentarios los estudiantes dejaban sugerencias de temas que les costaban, hacían preguntas y ellos entrecruzaban esos datos con lo que percibían en el aula.
Durante el primer torneo de matemática que organizaron en Esquel en 2021, una experiencia inolvidable para ambos
“Cuando vemos que hay un error muy marcado, que lo hacen año tras año, suponemos que no deben ser algo que pase solo las escuelas donde trabajamos, sino que es algo general, que a los chicos se les está complica con algún tema, y ahí lo explicamos en los videos, para que ayude no solo a nuestros estudiantes, sino a todas las personas que tengan ese inconveniente”, proyectan con orgullo. La pareja de edutubers argentinos fue testigo de la gran cantidad de mensajes que empezaban a llegar desde Bélgica, Guinea Ecuatorial, Brasil, e incluso comentarios en árabe donde les agradecían por el material que comparten cada semana.
Hoy tienen 112.000 suscriptores en YouTube, 664.000 seguidores en TikTok (@aprendiendomatematica), y más de 48.000 en Instagram (@aprendiendomatematica.10). Seis años atrás les parecía imposible alcanzar esos números, pero poco a poco fueron superando sus expectativas, y llegó un reconocimiento que renovó sus energías. Hubo tiempos donde pensaron en dejar de subir las explicaciones, porque sentían que no tenía alcance y que estaban esforzándose muchísimo en algo que no cumplía la función de ayudar a la mayor cantidad de alumnos posibles. “Cuando nos llegó la notificación de que nos iban a enviar una placa desde Estados Unidos por haber llegado a los 100.000 suscriptores no lo podíamos creer”, dicen asombrados.
Con la placa de YouTube que les llegó desde Estados Unidos, por el reconocimiento de los 100.000 suscriptores de su canal @AprendiendoMatematica (Foto: Gentileza Adrián Collazos)
“Decía que el envío era a ‘un lugar remoto’, porque YouTube no reconocía dónde estaba Esquel, y más miedo nos dio que no nos llegue nunca, así que estuvimos persiguiendo al cartero”, confiesan con humor. Sus estudiantes también esperaban con ansiedad que el paquete arribara, y estaban muy atentos a las novedades. “Un domingo casi a la medianoche nos confirmaron que ya teníamos la cantidad de suscriptores y que la placa estaba en camino, y no queríamos publicarlo porque era tarde, pero resulta que había un montón de gente esperando por nosotros”, expresan conmovidos. El padre de uno de los chicos les contó que cuando vio la noticia empezó a saltar en su casa al grito de: “¡Sí! ¡Mis profes llegaron a los 100 mil!”.
La preciada caja llegó a destino, y a los primeros que se lo mostraron fue a sus alumnos. “La placa tiene todos los dedos marcados de los nenes, pero eso lo hace más bonito”, comentan con alegría. El logro los emocionó mucho, y también despertó la curiosidad de muchos, de cuál sería el futuro del canal. “Vamos a seguir subiendo videos, soñamos con llegar algún día al millón de suscriptores, porque esto lo hacemos porque nos gusta; no es un ingreso económico para nosotros, vivimos de nuestros trabajos y con esto buscamos erradicar el miedo a la materia, que no es tan mala como dicen y hay que darle una oportunidad”, señalan.
Uno de los mitos relacionados a ser edutubers está relacionado con la monetización, y ellos lo desmienten con datos. “Se formó una creencia de que los youtubers ganan un montón de plata, pero en la mayoría de los casos nada más alejado de la realidad, porque por ejemplo Youube te pide 4000 horas de reproducción para empezar a pagarte por tu contenido, lo que en un canal de matemáticas lleva años, y la ventaja es que nosotros nunca lo pensamos como una posibilidad laboral; era para nuestros alumnos más que nada, para los que no entendían algo o los que faltaron a alguna clase”, explican.
Más de una vez escucharon que “no hay grises con la matemática, la amás o la odiás”, una afirmación que atribuyen a una combinación de factores. “Influye el profesor que te enseñe, eso es cierto, pero aunque no explique de forma tan didáctica, también depende mucho del alumno y del preconcepto que tenga, porque muchos arrancan decididos a no darle ni una chance a la materia”, asegura Cristina. Su marido coincide, y recuerda que él tuvo una maestra muy estricta, que muchos de sus compañeros le decían que no podían entender los conceptos, mientras que él se esforzaba por avanzar, practicar mucho y se convirtió en su asignatura favorita.
“Depende mucho de cómo se lo tome uno, y la ventaja que tienen ahora los chicos es la tecnología, porque en Internet hay un montón de material, y hay que saber buscar porque también hay quienes enseñan algo que quizá no es correcto, pero buscar complementar e informarse siempre está bueno porque lamentablemente en la escuela no siempre alcanza el tiempo para explicar a fondo todos los temas”, agregan. Adrián confiesa que cuando empieza un nuevo año siempre le pregunta a su curso a cuántos les gusta matemática, y levantan la mano a lo sumo tres estudiantes. “Al final de la cursada hago una suerte de encuesta donde les vuelvo a consultar qué les pareció, si sienten que aprendieron, y ahí es significativa la diferencia de ese primer impacto que tuvieron de tenerle miedo a los contenidos”, aporta.
En 2021 organizaron el primer torneo de Matemática de Esquel, que nunca se había hecho en la ciudad. Asistieron 40 chicos, que ese año era la capacidad máxima permitida por la situación epidemiológica del coronavirus. “Entregamos tres kits escolares y medallas a los cinco primeros puestos, la participación fue gratuita, y el dinero para los premios lo aportó la Secretaría de Cultura y Educación de Esquel, más un vecino que donó otros dos premios”, revelan con entusiasmo. Están sorprendidos de todo lo que pasó desde aquella tarde en que grabaron el primer clip para la gigantesca aula del público que cosecharon en Youtube, donde cosechan emocionantes mensajes de estudiantes que les aseguran que nunca olvidarán que aprendieron un concepto gracias a los profes Cristina y Adrián.
https://www.infobae.com/sociedad/2023/06/06/la-historia-de-los-edutubers-la-pareja-de-profesores-que-ensena-matematica-a-los-jovenes-por-youtube/