De los senadores que cruzaban el Paraná en chalana a los insultos por televisión y a jurar por Palestina

Las imágenes del Congreso (gritos, insultos, manotazos al aire y escenas de una ordinaria decadencia) invitan a que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Cómo pasamos de Sarmiento, Mitre, Alsina, Cané o Mansilla debatiendo la nación, a legisladores que parecen no poder sostener una sola idea sin convertirla en espectáculo? Para entender ese contraste hay que mirar hacia atrás, a la época en que la Argentina estaba en construcción y el Congreso era, literalmente, una casa pobre con representantes ricos en ideas.
Con el tiempo y los cambios políticos, el Congreso se instaló en Buenos Aires. Las sesiones se realizaban en un edificio mínimo, con poco papel, tinta escasa y apenas algunos libros. Las comisiones se turnaban en cuartos sin espacio. En invierno, los senadores trabajaban envueltos en capas; en verano, sobrevivían al calor con agua fresca que alcanzaban las ordenanzas.
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Hoy el Congreso es todo lo opuesto. Un edificio fastuoso con asesores, comisiones, secretarios y cámaras de televisión transmitiendo sus sesiones vergonzosas. El valor de representar a la Patria parece haberse extraviado y muy pocos se muestran a la altura.
Las escenas recientes (diputados que se insultan, que hacen chicanas personales, que gritan como si el recinto fuera una tribuna) revelan una crisis que no es solo política: es cultural. Hemos perdido el sentido de responsabilidad institucional. Los debates parecen diseñados para viralizar frases y no para construir leyes.
