Pablo Legeren contó su experiencia en Berghain y KitKatClub. Cómo fue su estrategia para pasar los guardias de seguridad de la puerta.

El DJ argentino Pablo Legeren dejó atrás su rutina en un canal de noticias de Buenos Aires para sumergirse de lleno en el universo inexpugnable de las discotecas berlinesas, donde el silencio de las calles contrasta con el estruendo de los bajos, y la reserva social se diluye tras las puertas de los clubes más legendarios del mundo.
Berlín, para un latinoamericano acostumbrado a la efervescencia de Buenos Aires, ofrece un tipo de vida que oscila como un péndulo entre el orden absoluto y el desenfreno contenido. «Es todo mucho más ordenado y silencioso. No hay demasiado contacto social», confiesa Legeren, quien extraña la calidez espontánea de Buenos Aires. No hay gritos, ni multitudes, ni empujones. Hay respeto casi reverencial por el espacio propio, tanto en plazas como en departamentos.
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Legeren: «Cada país que visito, me gusta quedarme unos meses para vivirlo como si fuera un nativo. No me interesa solo conocer la experiencia superficial».
Durante meses, Legeren intentó hacer amistades. Descubrió pronto que la cortesía alemana a veces se confunde con la frialdad. “Son muy correctos, pero no son fáciles para socializar los alemanes y alemanas”, admite, con una media sonrisa de resignación.
Hasta que alguien, en uno de esos encuentros casuales, le sugirió un desafío casi iniciático: lograr entrar a Berghain, la discoteca más mítica y temida de la ciudad.
La noche en la que decidió cruzar ese umbral, Legeren se preparó como si fuera a una ceremonia secreta. La clave, advirtieron sus nuevos conocidos, era camuflarse: negro sobre negro, actitud sobria y ninguna estridencia. “Me fijé quiénes eran los DJs que tocaban esa noche para decirle a los seguridad de la puerta que iba a ver a uno de ellos”, recuerda.
