El discurso del presidente sobre el presupuesto dejó en claro una intención: equilibrar las cuentas públicas. Ese objetivo no debería generar la mínima polémica. Argentina necesita, un Estado que viva de acuerdo a sus posibilidades. Ahora, bien, lo importante no es únicamente el anuncio, sino la forma que el gobierno encamine ese esfuerzo.
Desde mi mirada la cuestión del equilibrio fiscal es innegociable. Un Estado que gasta más de lo que ingresa es un Estado que trasladará la factura a las generaciones futuras, ya sea en forma de inflación, impuestos desmedidos o deuda. Pero tan importante como la reducción del déficit es la forma en que se lleve a cabo dicha reducción. Si el ajuste siempre recae sobre los mismos sectores, si se realiza en el marco de un discurso rígido y autoritario, o sin ser Repúblicanos, corremos el riesgo de caer en los mismos círculos de frustración y desconfianza.
No hay dudas que Argentina necesita un presupuesto que no sólo sea una planilla de números, sino el mapa del camino hacia un país más libre y equilibrado. Eso implica, menos gasto político, más inversión en educación, menos regulaciones, más incentivos para que crezca la producción y el empleo registrado, modificando el marco regulatorio laboral. Y dar claras señales de respeto a la propiedad privada, a la seguridad jurídica, a las reglas de juego estables.
Ahora bien, si de algo estoy seguro es que la solución no vendrá de quienes ya nos llevaron a esta situación. El kirchnerismo opositor insiste en recetas que ya fracasaron: más gasto sin control, subsidios eternos, más intervencionismo que sólo genera dependencia y pobreza. Ese camino ya lo recorrimos, y los resultados están a la vista: inflación galopante, deterioro de los salarios y un Estado incapaz de cumplir con sus funciones básicas.
Tampoco la izquierda ofrece alternativas serias. Su discurso parte de una fantasía que cree que la riqueza brote por decreto y que el Estado puede apropiarse indefinidamente de los esfuerzos de aquellos que producen. Lejos de generar igualdad, esas ideas garantizan el estancamiento y la fuga de capitales y talentos. No podemos seguir atrapados entre el populismo que promete lo imposible y el voluntarismo ideológico que desconoce cómo funcionan la economía real.
A su vez, hay que pensar en el tono y en la forma. No basta con imponer, hay que dialogar. Un liderazgo democrático no se mide por la fuerza con que se bajan órdenes, sino por la capacidad de construir consensos duraderos. En este punto, el discurso de ayer se siente un poco verticalista, algo que no ayuda. Gobernar en democracia no es mandar: es convencer, inspirar y mostrar un camino que la propia sociedad esté dispuesta a recorrer.
El presupuesto debería ser la oportunidad de marcar ese camino. No se trata solo de cerrar cuentas, sino de abrir caminos. Escuchar a quienes producen, a los que invierten, a quienes apuestan al trabajo todos los días. Mirando las necesidades de todo el País. Tender puentes con quienes piensan distinto, porque ninguna transformación se puede sostener si se construye sobre la imposición y el miedo.
Un país más libre no es un país sin Estado, sino un país con un Estado que cumple su rol de manera justa, sin ahogar a los ciudadanos ni apropiarse de lo que no les corresponde. Y este debe ser el espíritu del presupuesto: menos autoritarismo, más equilibrio; menos improvisación, más responsabilidad; menos discursos de ocasión, más políticas de largo plazo.
En definitiva, si realmente queremos salir del pozo donde estamos inmersos hace décadas y de crisis recurrentes, necesitamos un Estado más austero y eficiente, una dirigencia que gobierne sin autoritarismos y una oposición que abandone el populismo y la demagogia. Porque el futuro de Argentina no está en volver al pasado, sino en dar el salto y animarnos de una buena vez por todas a hacer bien las cosas.
La pregunta que nos queda como sociedad es sencilla: ¿Qué país queremos ser? ¿Uno que continúe sumido en la lucha interminable entre populismos y las improvisaciones, o uno que se atreva a construir en libertad, responsabilidad y respeto mutuo?
El presupuesto no es un tema técnico que sólo le corresponde a los políticos y a los economistas. Nos corresponde a todos. Porque detrás de cada número hay decisiones que involucran nuestra vida diaria, nuestro trabajo, nuestra familia y nuestro futuro.
Por eso, es momento de involucrarnos, de participar, de exigir transparencia y responsabilidad. No es suficiente con delegar; el cambio verdadero comienza cuando cada uno de los ciudadanos se reconoce protagonista del destino común.
El desafío está planteado. El rumbo también. La pregunta es si como sociedad estamos preparados para dar ese paso y comprometernos, de una vez y para siempre, con el país que decimos soñar.
Martin Liserre Moreno
