Pasaron 137 años de la muerte del prócer. Su tiempo en Asunción, la necesidad de ver a Aurelia Vélez y sus ganas de seguir trabajando hasta el final

El expresidente Domingo Faustino Sarmiento tuvo muchos problemas de salud, especialmente cardíacos, si caminaba demasiado se agitaba, sus riñones lo tenían a maltraer, sufría de los pulmones y solía tener las piernas hinchadas. Muy a regañadientes, había aceptado dejar el cigarro. Además, ya antes de cumplir los 40 años había empezado a perder la audición y estaba prácticamente sordo. Solía usar una corneta que acercaba al oído.
Su último cargo público fue como Superintendente General de Educación del Consejo Nacional de Educación durante el gobierno de Roca. Sorprendentemente, durante su breve gestión, le tocó enfrentar el primer paro docente, cuando nueve maestras puntanas protestaron por el atraso en el pago de sus salarios, y porque el gobierno provincial se quedaba con un porcentaje de los mismos. Sarmiento les dio la razón, aseguró que se ocuparía del tema, aunque perdieron sus trabajos por “proceder irrespetuoso”. Las mujeres continuaron enseñando en otros establecimientos.
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Aconsejado por los médicos para que pase una temporada en un lugar más cálido, primero había elegido las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde estuvo en plan de descanso algunos meses de 1886. Se hospedó en el hotel del balneario termal, inaugurado en abril de 1880, se maravilló de esas aguas ricas en minerales, tanto frías como calientes al punto, decía, que se podía cocer un huevo.
Luego decidió establecerse en Asunción del Paraguay. Se alojó en el Hotel Hispano Americano y hasta su regreso a Buenos Aires, en octubre de ese mismo año, recorrió ese país. Hizo amigos y aconsejó a las autoridades en cuestiones educativas. Aun cuando tenía pensado descansar, no perdía el tiempo.
Buenos Aires volvió en el flamante vapor a ruedas San Martín y se sorprendió cuando vio, ese 25 de julio, que en el puerto lo esperaban cerca de tres mil personas. Todo el país sabía de su llegada, si le había escrito al presidente paraguayo, el general Patricio Escobar, sobre su voluntad de pasar un tiempo allí «por un problema de salud que no se sabe si es en los bronquios o en los pulmones, para morir da lo mismo». Escobar, quien era presidente desde 1886, era un joven alférez cuando combatió en la batalla de Curupaytí, en la Guerra de la Triple Alianza, en la que había muerto su hijo Dominguito.
