
En una época donde la potencia y la velocidad dominan el tenis masculino, Lorenzo Musetti se abre paso con un estilo que recuerda a las grandes leyendas del pasado. Diestro, pero con un revés a una mano que es pura poesía en movimiento, el joven italiano se ha consolidado como una de las figuras más prometedoras y carismáticas del circuito ATP.
Bajo la mirada constante y el acompañamiento fiel de su entrenador de toda la vida, Simone Tartarini, el italiano no solo se ha formado como tenista, sino que ha evolucionado en un verdadero emblema de elegancia y talento natural. La relación entre ambos va más allá del deporte: Él ha confesado que ve en Tartarini a un segundo padre, una figura esencial en su vida dentro y fuera de la cancha. La admiración es mutua. Tartarini, con emoción y orgullo, ha llegado a declarar: “Lorenzo ha conseguido resultados increíbles, tengo que hacerle una estatua”.
Nacido el 3 de marzo de 2002 en Carrara, Italia, lleva el tenis en la sangre desde su infancia. El dúo comenzó a trabajar cuando el tenista tenía apenas ocho años, en el club que dirige Tartarini en La Spezia, Italia. El extenso camino recorrido desde aquellas primeras peloteadas hasta pisar el All England Club emociona hasta las lágrimas al joven tenista.
De pequeño la madre trazaba con su coche el mismo camino de ida y vuelta, media hora entre montañas y mar, desde Carrara hasta La Spezia. Allí, mientras el sol bañaba las canchas, el niño hilaba sueños con raqueta en mano y tejía, sin saberlo, un lazo eterno con Tartarini, su guía, su sombra, su faro en el juego.
Carrara ubicada en la región de la Toscana, al pie de los majestuosos Alpes Apuanos y cerca del mar de Liguria. Es una ciudad mundialmente conocida por una sola palabra: mármol.
Como el mármol de su tierra, Lolo fue tallado con tiempo, cuidado y una visión clara de belleza. En sus golpes hay vetas que recuerdan las curvas de la escultura. En su revés de mano la precisión del pincel que no lastima, sino que revela. No solo juega, talla puntos como quien esculpe el alma de una piedra, de un mármol. No es casualidad que venga de esa tierra donde el arte y la materia dialogan. Por qué él, cómo el mármol, es una promesa con futuro brillante que se va construyendo bajo las nuevas formas.
Desde su irrupción en el profesionalismo en 2019, ha demostrado que no le teme a nadie y que puede brillar tanto en las pistas lentas de polvo de ladrillo como en la exigente hierba de Wimbledon. Es que 2025 ha sido el año de su consagración definitiva: semifinalista en Roland Garros y Wimbledon, finalista en Montecarlo, y actual N.º 7 del mundo con serias aspiraciones a escalar aún más alto. A sus 23 años, ya cuenta con dos títulos ATP, incluyendo el prestigioso ATP 500 de Hamburgo, conquistó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de París en singles y ha sido pieza clave en la histórica doble conquista de Italia en la Copa Davis 2023 y 2024.
Pero el de Carrara es mucho más que números. Su tenis, mezcla de técnica, improvisación y sensibilidad, lo convierte en un espectáculo aparte. Su revés, a una mano, dibuja ángulos imposibles; su toque de red es delicado y eficaz; y su temple en momentos clave le ha permitido derribar nombres como Carlos Alcaraz, Frances Tiafoe y Alexander Zverev.
Fuera de la cancha, es un hombre de familia. Casado con Veronica Confalonieri, recientemente ha sido padre por segunda vez, lo que ha marcado un nuevo capítulo en su vida personal. En su piel lleva tatuajes cargados de simbolismo: desde un latido con raqueta en el brazo izquierdo, un ancla en la muñeca simbolizando apoyo y estabilidad, hasta la frase “Il meglio deve ancora venire” (“Lo mejor está por venir”), como si él mismo supiera que apenas estamos viendo el comienzo de una carrera destinada a dejar huella.
El italiano no es solo una promesa hecha realidad, es un artista del tenis moderno, un puente entre la estética clásica y la exigencia contemporánea. Y mientras sube escalones en el ranking, sigue conquistando a un público que no solo quiere ver partidos ganados, sino tenis con alma.