✍ Por Constanza Darchez
Concejal de Vicente López
Desde el 2021 estoy en política y, como liberal, puedo decirlo sin pelos en la lengua: acá no hay sistema que cambiar, hay que dinamitar una estructura de poder que se reproduce como un virus: la vieja política. Es la misma que se disfraza de renovación, de moderación, de rebeldía, pero que en el fondo no quiere soltar el cuchillo con el que corta la torta del poder. Y lo peor: la reparten entre ellos, como si les perteneciera por derecho divino.
El kirchnerismo es el caso más obsceno. Construyeron un relato de resistencia popular mientras levantaban un Estado paralelo para amigos, familiares y operadores. Cristina, Máximo, Wado, Larroque, Kicillof, Santoro… ¿sigo? Arman listas con apellidos repetidos, punteros vitalicios y militantes profesionales que no conocen una pyme ni de visita escolar. Si tenés una idea propia, te corren. Si venís de afuera, te clausuran. Y si pensás distinto, te estigmatizan. No quieren voces nuevas. Quieren súbditos.
Pero no nos comamos el verso de que el resto es distinto. Lousteau, por ejemplo, con su estilo universitario y moderado, juega al equilibrista. Habla de institucionalidad, pero arma listas cerradas con los mismos cuatro de siempre. ¿Acaso alguien cree que es diferente a lo que hacía el alfonsinismo o el viejo aparato radical? Cambió el tono, no la lógica.
¿Y qué decir del peronismo “renovado”? Massa, Randazzo, Urtubey, Schiaretti… se reciclan cada dos años con eslóganes nuevos y las mismas prácticas. Se acomodan, negocian, y si hay que cambiar de color para seguir respirando poder, lo hacen sin culpa. No tienen ideología, tienen agenda personal.
La izquierda no se queda atrás: se vende como alternativa, pero funciona como una secta cerrada. Internas interminables, dogmatismo militante y una estructura que solo admite clones ideológicos. No buscan gobernar. Buscan eternizarse como minoría ruidosa.
Y en todo este escenario, los que venimos a proponer otra forma de hacer política —desde la libertad, el mérito, la gestión y la coherencia— somos tratados como intrusos. Te piden paciencia mientras premian la obediencia. Te dicen que esperes tu turno, pero ese turno nunca llega. Porque no quieren renovación real: quieren recambio que no moleste.
La pregunta es clara: ¿por qué no te dejan entrar? Porque no les servís. Porque no te pueden controlar. Porque tenés ideas, preparación y convicción. Porque no les debés favores. Porque no estás dispuesta a callarte para que te den media migaja.
La política argentina está tomada por una casta de dirigentes profesionales que se pasan la antorcha entre ellos como si esto fuera una dinastía. Y si no lo frenamos ahora, van a seguir comiéndose la torta mientras al resto nos tiran las servilletas sucias.
Lo veo en cada rosca, en cada armado, en cada espacio donde se simula una apertura que no existe. El cambio no va a venir desde adentro de esa estructura. Hay que empujar desde afuera. Hay que decir las cosas como son. Hay que romper el pacto de silencio que protege a los que ya fracasaron y todavía se creen imprescindibles.
O abrimos la política de verdad, o el poder seguirá en manos de los mismos operadores, herederos y punteros de siempre. Y no alcanza con denunciarlo: hay que enfrentarlos. Sin miedo. Sin permiso. Y sin pedir disculpas.

1 comentario en «La torta es siempre para los mismos»